“Éramos un montón de
existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la
menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes,
confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros.
De más: fue la única relación que pude establecer entre los árboles,
las verjas, los guijarros....Y yo –flojo, lánguido, obsceno,
dirigiendo, removiendo melancólicos pensamientos–, también yo estaba de
más. Afortunadamente no lo sentía, más bien lo comprendía, pero estaba
incómodo porque me daba miedo sentirlo (todavía tengo miedo, miedo de que
me atrape por la nuca y me levante como una ola). Soñaba vagamente en
suprimirme, para destruir por lo menos una de esas existencias superfluas.
Pero mi misma muerte habría estado de más. De más mi cadáver, mi sangre en
esos guijarros, entre esas plantas, en el fondo de ese jardín sonriente. Y
la carne carcomida hubiera estado de más en la tierra que la recibiese; y
mis huesos, al fin limpios, descortezados, aseados y netos como dientes,
todavía hubieran estado de más; yo estaba de más para toda la eternidad.”
“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la
existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente;
los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible
deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Solo que han
intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de
sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la
contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo
absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese
jardín, esta ciudad, yo mismo.”